Y ahí estaban, otra noche mas, tomando cerveza
en su “santuario”, como ellos la llamaban. Un garaje sin terminar, pero que con
buena música, cerveza y creatividad, era su lugar especial, el lugar de los
hombres donde solo ellos mandaban, sin que ninguna mujer intentara imponerse o
tal vez solo las ignoraban. Pese al frio de la noche de otoño, ellos se
encontraban sentados y entre bazos de alcohol, charlaban sobre acontecimientos
del día. Las risas no faltaban, mucho menos el CD de Depeche Mode a todo
volumen y la cerveza Brahma de siempre.
Nada especial, nada mágico o extravagante, solo
un garaje sin terminar y con algunas cosas viejas, al cual ellos solían llamar
“el santuario”.
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